Pero debo admitir positivamente que no siempre son diminutos los detalles que me pueden hacer sentir especial, en un momento en el que algo común pero representativo, según yo, sucede.
Hace unos días estaba parada contemplando la grandeza del Océano Atlántico, desde la costa, pensaba en lo chiquitos que somos ante tanta maravillosa inmesidad y en los milones de cosas que debe esconder y blabla.
No me acerqué al agua ese día por que hacía mucho frío, así que fuimos a la playa con el equipo de mate, el tejo y la camara.
Despues de haber perdido dos partidos seguidos y con medio cuerpo congelado, sugerí "¿y si tomamos mate en la casa?". Comenzamos a juntar las cosas y de repente la imagen me hizo quedar en pausa.
Fué como poder ver todas cosas maravillosas, sanas, puras y lo mejor, poder verlas todas juntas.
Ahí fue cuando tomé la foto velozamente antes de que algunos de los protagonistas se alejen.
Dos nenes, sobre dos caballos más un potrillo, a trote muy suave por la playa desértica de Sauce, de fondo: el mar.
Una visión increible para mí, que siempre pienso en los pequeños detalles. Sentí como una envidia sana de verlos tan libres, tan puros, sólo niños jugando en la inmensidad, sin más compañia que dos caballos, nobles e indefensos caballos. Y toda la naturaleza que parecía comerselos de tan pequeños.
Fue de esas fotos que cuando la miras en grande pensas, es una postal de las que emociona, por eso la comparto.
Algunas veces me pregunto si estará bien filosofar tanto y caer en pensamientos que realmente no se si tienen sentido alguno, o sólo a mí me interesan. La verdad no me importa demasiado eso.
La conclusión hoy es que no sólo hay que detenerse en los detalles, mi entorno me brinda todas y cada una de las cosas que son dignas de ver, de oler, de comer, de sentir, de respirar y tocar. Por eso no sólo me fijaré en los detalles. Sólo voy a procurar detenerme más.