lunes, 8 de febrero de 2010

Pensándote

Sobre la línea que marca el límite de tus labios

y la forma redondeada de tu nariz pequeña veo,

un camino que me lleva hacia un lugar seguro,

donde me uno a tus pestañas negras como carbón

y con solo un parpadeo se marea mi vista en la tuya.

Oscuro el centro de tus ojos parece imitarla,

a la noche que tanto adoro y parece que tu mirar

no necesita más que el total silencio

para decir las más hermosas palabras enmudecidas

que jamás hubieran esperado escuchar mis oídos.

Como algas que se dejan acariciar por las suaves mareas

sienten mis manos, mis dedos, al perderse en tu cabello,

tan suave, tan negro, tan hermosamente vibrante,

que se derrumba sobre tu piel y la rosa armonioso

enredado en si mismo roba mis ojos nuevamente.

Gigantesco parece el nogal junto a sus frutos,

que encerrados en sus cáscaras caen sin remedio,

al mirarte desde lejos tal vez te confundí más de una vez,

con esa nuez que esconde lo precioso muy adentro,

más, mis pequeñas manos se tornan incasables para llegar al centro.

En la búsqueda de simple suavidad encontré tu piel

y la recorro noche a noche para recuperar mi respirar,

en la planicie de tu espalda puedo ver mi horizonte total,

entre los lazos que me atrapan para dormir sin final

hasta que el alba me arranca tristemente esa seguridad.

Y caminando sin respirar, sin ver, sin oír, ni saborear,

me hago prisionera de una cárcel tras la rejas del contacto

e imagino los colores de tus poros que aún siguen dormidos,

me poso suave sobre las marcas de tus manos

que como hipnóticas se entregan a mi piel.

Una suave brisa peina mi frente desde lejos

y la primera armonía se escapa despacio como si quisiera

no dejar un eco, y al fin cierro mis ojos complacida

sola en la noche te imagino, te invento, y

en la oscura serenidad de mi interior sensitivo, te pienso.

martes, 2 de febrero de 2010

Desvío de llamada

Muchas veces he pensado que si escribiera cada cosa que se pasa por mi mente, no podría alimentarme, no podría dormir, ni podría siquiera tomarme una chocolatada o un tereré. Por eso supongo que debo darle un orden jerárquico a las cosas, por así decirlo, cosas que atraviesan mis pensamientos. Hoy me desperté con un poco de mal humor, cosa que suele suceder muy a menudos cuando estoy lejos de mi casa como ahora. Y dando vueltas para no salir del cuarto oscuro al que me han confiscado, pensaba en la cantidad de fotocopias que debo leer, y de pronto un sonido inesperado interrumpe mis silenciosos pero acelerados pensamientos.

Parece ser que he inventado una hipótesis o tal vez a estas alturas ya sea una teoría o ley general. La cosa suena simple a ‘simple’ vista.

Los llamados telefónicos hacen que las personas gastemos las palabras.

Es eso y nada más. Me pregunto en que parte de mi cerebro se aloja este interrogante, pero no consigo encontrarlo. Para mí es una afirmación que no necesita comprobación. Bueno tal vez desde el punto de vista conceptual nada de esto tiene sentido si sabemos que las palabras no se gastan, o aun podría profundizar en el tema y asegura que los llamados telefónicos no pueden determinar tal fenómeno por si solos. En si, lo que digo no es lo que parece leerse, sino más bien lo que trato de explicar.

En mi hipótesis la palabra ‘gastar’ esta utilizada queriendo decir que las personas utilizamos las comunicaciones telefónicas sin motivo alguno. Cuando presionamos el botón verde, solo decimos lo que queremos informar y nada más, nada que no se pueda transmitir a la otra persona a través de un mensaje de texto. Me han dicho que es lindo oír la voz de alguien.

Pues para mi no, y por eso se que esta investigación, de científica no tiene nada y es mas bien un delirio siestero por el que estoy atravesando.

No me gusta que me llamen, no me gusta ni necesito oír la voz de nadie del otro lado, por que si escucho alguna voz, necesito ver a quien me habla y deduzco afirmativamente que eso no puede ser posible si hablamos a través de un artefacto electrónico.

No creo estar demasiado preparada para esta tecnología, y es además, la única con la que tengo algún tipo de problema que resolver. Los llamados telefónicos hacen que las personas gastemos las palabras; por que decimos en 5 minutos lo que podríamos hablar durante días, pero es importante cuidar los 10 pesos que tenemos de crédito, cuando escribimos un mensaje de texto, pensamos con mas tranquilidad que es puntualmente lo que se quiere comunicar, para que el otro decodifique bien nuestro mensaje, cuando hablamos por teléfono, lo hacemos rápido, descuidadamente y al final no decimos demasiado. Me resisto. Mi hipótesis no es comprobable, pero de todas maneras el interrogante seguirá en mí. ¿Por qué? Por que odio los teléfonos, odio que me llamen, odio llamar y me limito a darle un uso casi de rechazo. Por que prefiero esperar y decirles a las personas lo que quiero, en el momento de verlas, por que prefiero caminar y tocar la puerta de alguna casa para comunicar lo que necesito y así esta bien para mí.

Pero me surge un interrogante ¿Porqué nos hacemos dependientes de artefactos que cada vez nos separan más del contacto entre personas, y nos privan o nos privamos de salir y caminar por las calles hasta llegar al lugar donde debería estar nuestro receptor?

La respuesta no la tengo evidentemente, pero lo que si tengo son unas terribles ganas de tomar unos tereré bajo la sombra de los árboles en el patio de la casa de mis padres, donde el tiempo se detuvo hace demasiado tiempo, y los cables donde se enchufa la tecnología no han podido cruzar los umbrales de la puerta de entrada, por lo que deduzco una vez más que por el momento me encuentro a salvo.

Salvo que nuevamente comience a sonar mi nokia 1100.