Abrir la heladera por las mañanas, o cuando me levanto para ser sincera, y beber un vaso de leche bien fría, sin azucar, sin agregar nada.
Salir hasta la calle corriendo por el pasillo en pijama amarillo para abrir la puerta de afuera riendome de mi misma.
Sentarme en el escalón de la puerta del patio, poner el termo y el mate en el piso y fumar un cigarrillo acompañandolo con el más extremo silencio.
Usar los viejos pantalones de bambula marrón que compré hace mil años en Las Grutas, me hacen sentir menos capitalista y más hippie.
Dejar que la lluvia de la ducha me golpeé por unos segundo la cara, sin arrugar la nariz por la fuerza del agua re caliente.
Salir a las tres de la madrugada a mirar las estrellas y la luna y pararme debajo del techito del lavadero.
Mirar por las hendijas de la ventana y ver los primeros rayos de sol que tantas noches me amanecieron sentada frente a la compu.
Tener un kiosco en frente lo que me permite ir 22.58 a comprar una cerveza de pantuflas.
Colgar los parlantes en la ventana para poder bailar o cantar algúna que otra canción mientras lavo la ropa.
Estirar la mano y que todo esté ahí, en el más terrible de los desordenes ordenados que jamás pensé que iba a lograr armar.
Puteadas, risas, llantos, gritos, amor, soledad, mates, estudio, brindis, desvelos caras y más caras, de las que están y de las que ya no, cosas que recordaré de mi caja amarilla, por que yo, ya no.
Sentarme en el escalón de la puerta del patio, poner el termo y el mate en el piso y fumar un cigarrillo acompañandolo con el más extremo silencio.
Usar los viejos pantalones de bambula marrón que compré hace mil años en Las Grutas, me hacen sentir menos capitalista y más hippie.
Dejar que la lluvia de la ducha me golpeé por unos segundo la cara, sin arrugar la nariz por la fuerza del agua re caliente.
Salir a las tres de la madrugada a mirar las estrellas y la luna y pararme debajo del techito del lavadero.
Mirar por las hendijas de la ventana y ver los primeros rayos de sol que tantas noches me amanecieron sentada frente a la compu.
Tener un kiosco en frente lo que me permite ir 22.58 a comprar una cerveza de pantuflas.
Colgar los parlantes en la ventana para poder bailar o cantar algúna que otra canción mientras lavo la ropa.
Estirar la mano y que todo esté ahí, en el más terrible de los desordenes ordenados que jamás pensé que iba a lograr armar.
Puteadas, risas, llantos, gritos, amor, soledad, mates, estudio, brindis, desvelos caras y más caras, de las que están y de las que ya no, cosas que recordaré de mi caja amarilla, por que yo, ya no.