Sobre la línea que marca el límite de tus labios
y la forma redondeada de tu nariz pequeña veo,
un camino que me lleva hacia un lugar seguro,
donde me uno a tus pestañas negras como carbón
y con solo un parpadeo se marea mi vista en la tuya.
Oscuro el centro de tus ojos parece imitarla,
a la noche que tanto adoro y parece que tu mirar
no necesita más que el total silencio
para decir las más hermosas palabras enmudecidas
que jamás hubieran esperado escuchar mis oídos.
Como algas que se dejan acariciar por las suaves mareas
sienten mis manos, mis dedos, al perderse en tu cabello,
tan suave, tan negro, tan hermosamente vibrante,
que se derrumba sobre tu piel y la rosa armonioso
enredado en si mismo roba mis ojos nuevamente.
Gigantesco parece el nogal junto a sus frutos,
que encerrados en sus cáscaras caen sin remedio,
al mirarte desde lejos tal vez te confundí más de una vez,
con esa nuez que esconde lo precioso muy adentro,
más, mis pequeñas manos se tornan incasables para llegar al centro.
En la búsqueda de simple suavidad encontré tu piel
y la recorro noche a noche para recuperar mi respirar,
en la planicie de tu espalda puedo ver mi horizonte total,
entre los lazos que me atrapan para dormir sin final
hasta que el alba me arranca tristemente esa seguridad.
Y caminando sin respirar, sin ver, sin oír, ni saborear,
me hago prisionera de una cárcel tras la rejas del contacto
e imagino los colores de tus poros que aún siguen dormidos,
me poso suave sobre las marcas de tus manos
que como hipnóticas se entregan a mi piel.
Una suave brisa peina mi frente desde lejos
y la primera armonía se escapa despacio como si quisiera
no dejar un eco, y al fin cierro mis ojos complacida
sola en la noche te imagino, te invento, y
en la oscura serenidad de mi interior sensitivo, te pienso.